Cuando estuve encarnado como Francisco de Asís, llegué a comprender a través de estudiar a los pájaros y a los demás animales, que mi poder de concentración, saturado como estaba con el amor de Dios y con Su amor en el hombre, me induciría a un entendimiento de la inteligencia Divina que actúa en la naturaleza.
“Imaginad, si podéis, el júbilo de mi alma cuando descubrí que los primorosos árboles estaban dotados de seres espirituales, vigilantes angelicales de gran belleza y estatura cuyo poder gobernaba el desarrollo de la forma molecular, el diseño, el brillo de las hojas y sus propiedades curativas inherentes. Sentí cómo la radiante energía (fuerza vital) se extendía desde estos centinelas silenciosos arrobando el corazón
“¡Oh, el cielo no estaba separado de mí! Pues percibí todas las cosas visibles, ¡Tan sólo con tocar el borde físico era como tocar el borde del manto del cielo! ¡Fui hecho íntegro! “¿Qué sucedería cuando tocara el manto completo?
“Ansiaba saberlo…
“Así que con la finalidad de lograr esta meta trascendente, que firmemente creía era asequible, apliqué mi mente al sendero de la iluminación espiritual. Día tras día, mi mente se hizo más santa aún a través del contacto con los reinos espirituales. Mi dedicación absoluta al Sendero y mi contemplación de la santidad de toda la Vida fueron las claves para mi asimilación de esa santidad, que parecía claramente saturarme a mí mismo y a todas las cosas a mi alrededor.
“Conforme mi alma se expandía en la luz transfusora que Dios vertía en mi interior, yo era exaltado una y otra vez por Su gloria expresada a través del reino de la Naturaleza. Las criaturas aparentemente calladas del campo y del bosque entraron en unidad conmigo a través del amor de Dios; y entonces, por fin, yo también pude hablar su lenguaje llamándolos “hermanos”. ¡Cuánto más deberían amarse a todos los hijos de la Luz unos a otros y tener reverencia por la parte más pequeña de la Vida (Dios)!
“A partir de todas estas experiencias trascendentales, mi alma fue movida por un gran anhelo de comunicar a otros la sabiduría ilimitada que Dios me había otorgado…”
-De la Clase de la Corona I